12/7/08

Las charcas de Campillo

Ranita de S.Antón en El Navajo
Al igual que las calles y casas del pueblo el paisaje de Las Charcas a sufrido un proceso de domesticación. Ha perdido parte de su encanto natural para convertirse, curiosamente, en la imitación de esos lagos artificiales que, en las ciudades, imitan el paisaje de las lagunas naturales. Como siempre en los pueblos, la ciudad es el modelo a seguir, como imagen de modernidad y prosperidad, perdiendo en el camino sus valores originales. Las Charcas se han rodeado con una acera y una barandilla de hierro y se han introducido los ánades reales y ocas habituales en las lagunas artificiales de los parques.
El proceso de domesticación supuso el dragado de los fondos, el desbroce de las orillas y su desecación, destruyeron de paso todo rastro de vida vegetal y animal.
Se limpiaron los fondos de basuras, es cierto, ya que las charcas, al igual que otros lugares de nuestros pueblos- por ejemplo, las cañadas- sufre el acoso de aquellos de nuestros vecinos que prefieren vivir permanentemente rodeados de porquería. Para ello arrojan sus desechos (ruedas de caucho, bicicletas, ropa, juguetes, libros, televisores, lavadoras, frigoríficos y un largo etcétera) en sitios cercanos, como antes las charcas y corrales, o se toman la molestia de llevarlos a varios kilómetros, ensuciando caminos y cañadas.




Las charcas se construyeron como un enorme abrevadero que recogía el agua de la lluvia, ya que Campillo tenía las fuentes más cercanas a varios kilómetros de distancia (y hasta allí debían marchar para recoger el agua potable o para lavar la ropa). Podían secarse completamente en años de sequía, pero a diferencia del dragado, la reserva de vida quedaba a buen recaudo en lo que quedase de cieno entre las eneas, ya que este era aprovechado por los vecinos como abono. Esta reserva biológica se enriquecía con la ayuda de los lodos de las lluvias o con las semillas transportadas en la lana de las ovejas
La importancia de Las Charcas queda reflejada en el escudo del pueblo que aparece presidiendo el edificio del ayuntamiento, construido en el siglo XVIII: dos charcas, una a cada lado de la tristemente desaparecida olma.

Afortunadamente la vida ha vuelto tímidamente a Las Charcas, se plantaron juncos, sargas y eneas traídos de lagunas y navas cercanas a Campillo, con ellos también han vuelto la rana –también la ranita de San Antón- sapo, culebra de agua, galápago, tritón palmeado y el gallipato. La valla que impide su utilidad como abrevadero protege a los animales y plantas evitando también que se arrojen basuras.
La charca de El Navajo se está convirtiendo en un lugar lleno de vida, lamentablemente, también para las carpas y cangrejos americanos que inconscientemente fueron introducidos y que se reproducen sin control, o para las ocas que devoran hasta la raíz la vegetación de las orillas. Pero también -afortunadamente- para la garceta que nos visita año tras año.
La charca pequeña es prácticamente irrecuperable, ya que además de ser dragada ha sido hormigonada para convertirse en una bañera, en un lugar anodino, algo kitsch, limpia o sea sin vida, como esas piscinas de patos que decoran las zonas residenciales de algunas ciudades.
Creo que antes de tomar cualquier decisión sobre Las Charcas es conveniente meditarlo, sugiero hacerlo frente a El Navajo en una puesta de sol.

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